sábado, 4 de junio de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (4). Varios autores: versos y audio musical

Mujer llanera en el archivo de Pablo Araque

CACHOS LLANEROS 

El cacho llanero: Una denominación problemática
Los símbolos referentes de estos cuentos son muy diversos. En el contexto llanero, un cacho, además, puede ser: una arista o saliente; un envase para beber agua o para resguardar el preciado chimó; y también; el puñal viviente de la res bravía y como tal se canta: “No le tengo miedo al toro / sino al cacho que es puntú”. El cacho es firme, delineado, pero, además, curvo y peligroso: encierra un espacio de sombras. En culturas antiguas, tras sacrificar a toros y cabríos, convertían sus astas en trompetas, cuyo eco, mágico y penetrante,  inspiraba increíbles hazañas míticas.   
Otra fiesta llanera del cacho es el “cantar la punta”, hecho por el capitán de la comparsa de Las Locainas  el “Día de Los Inocentes” (28 de diciembre). Los integrantes, a cada toque del cuerno, realizan parodias hilarantes alusivas a ese sombrío pasaje bíblico, como madres dolientes, niños-víctimas o el cruel Herodes. Hay  risas y simulacros, pero en cada “punteada” resurgen inocentes muertos, madres frenéticas de dolor y homicidas: son fantasmas invocados por la punta de un cacho.     
El cacho como “punta” dibuja el arreo de las bestias o de una “punta de ganao”, guiada por “punteros” y “traspunteros”. Tras cobrar su paga, los arrieros practicaban el arte marcial llanero de eludir los varapalos de otro arriero, en el “juego de puntas de garrote”. La expresión “cacho en la manga” marca el gran festejo de los toros coleados, en cambio, “puntada” traduce un dolor agudo y penetrante, o un antojo inoportuno. 


Baile del joropo; esencia de cuentos, como lo son los cachos llaneros

LA CÉDULA DE IDENTIDAD
(Heriberto Pérez)
Vengo yo en mi moto, como siempre lo hago; de El Baúl a Tinaco y de Tinaco a El Baúl. Venía corriendo bastante, venía corriendo tanto que no me di cuenta que había una alcabala. Inmediatamente, un funcionario se pegó a perseguirme, logró alcanzarme y me dice: -Deténgase ciudadano, ¿de dónde viene y hacia dónde se dirige? -Vengo de El Baúl y hacia Tinaco voy.  -Usted, ¿cómo que se está burlando de mí? -De ninguna manera, señor funcionario.
-Deme su cédula.
-No se la voy a dar, para qué botó la suya.

Las rudas faenas del Llano son fuente de inspiración de la narrativa del  cacho 

LA TIERRA DE LOS PAPERÚ
(Jaime Ramón Núñez)
  Resulta que un día me fui a cazar por los lados de Chivacuto y como en ese cerro, dicen que salen espantos yo andaba medio asustado, en ese momento me pasa un pájaro cerquita de la cabeza y cuando intento esquivarle, caigo a un hueco que parecía un túnel, por ahí rodaba, rodaba, ese hueco tenía como dos mil metros. Después de tanto rodar, llegué a un atierra rarísima, todo era diferente pero lo más extraño fue que todos los habitantes de ese lugar eran paperú; sí,  todos tenían grandes paperas. Luego de tanto rodar por el túnel, me dio un sed horrible tenía la garganta seca y entonces me acerco a una casa a pedir un poco de agua y sale un niño, que cuando me ve empieza a reírse, ese niño se revolcaba en el suelo y le pregunté que le pasaba y no paraba de reírse, así pues que le dije que llamara a la mamá.
     Entra el niño a la casa y todavía va muerto de la risa y la mamá le pregunta ¿Qué te pasa hijo de que te ríes? Y el niño nada que habla, hasta que la señora se molesta y lo regaña y el niño le dice, es que allá afuera, está un señor pidiendo agua, pero tiene el cuello delgaditico y la mama le dice que respete que si quería que Dios lo castigara y se le pusiera el cuello así también, el niño se puso a llorar y me pido disculpa porque no quería tener el cuello flaquito como el mío.

EL TEMBLOR MECANICO
(Antonio Morillo)
    Cierto día, fuimos a pescar a un caño que cae por detrás de las Galeras de El Pao, llamado Corozo, andábamos un grupo de seis personas,  nos trasladamos en un Jeep Willis, al cual le habían adaptado una plataforma de 750. Para poder llegar al lugar pasamos muchos tragos amargos, ya que la vía estaba muy deteriorada y el carrito tenía una falla de electricidad pero al final con sacrificios llegamos.
     Al llegar al lugar nos dispusimos a pescar, sacamos las tarrayas y nos metimos al agua, esa pesca era una locura cada vez que lanzábamos un tarrayazo, sacábamos montones de pescado, al cabo de dos horas habíamos sacado cerca de cinco mil kilos de pescado y seguíamos sacando, era una cosa increíble y así seguíamos hasta caer la tarde.  
    Luego de varias horas habíamos recolectado diez mil toneladas de pescado de todas clases y decidimos retomar, pero al tratar de encender el Jeep, este no respondía debido a la falla de electricidad que traía desde el comienzo, tras varias horas tratando de repararlo y no obtener resultados, recordé que en ese caño habían tembladores y si sacábamos uno, se lo podíamos conectar al Jeep y poder encenderlo pero parecía algo imposible. Es cierto parecía imposible, pero como la peor lucha es la que no se hace, le echamos tarraya a esos tembladores y luego de varios tarrayazos, logramos sacar uno, pero al intentar despegarlos me dio una descarga que me lanzó como a treinta metros, en ese momento recordé lo que decía mi abuelo, que después de siete descargas ya no se sentía nada y decidí seguir intentándolo.
Al pasar por las siete descargas me di cuenta, que era verdad lo que decía mi abuelo, porque ya no sentía ni los dedos y el pelo lo tenía chamuscado, pero al final lo despegué y se lo conectamos al Jeep y pueden creerlo, que desde ese momento no falló más. “Algunos no creerán esta historia pero pueden preguntarle al perro cazador que cargábamos ese día, el vio todo completico”.

LOS MILAGROS DEL MORROCOY 
(Nilibeth Yulexi Martínez Aular)
  Una tarde soleada cuando se veía el sol bien grandote a lo lejos, cuenta mi tío Jesús Rafael López, que mi abuelo, Ramón Antonio López, se encontraba en su conuco, en Cojeditos,  un pueblito cojedeño. Mi abuelo estaba acostado en una perezosa viendo la siembra de quinchoncho de más o menos media hectárea de  terreno; lo cierto es que ya era tiempo de cosechar y mi abuelo estaba cansado porque había limpiado los alrededores del ranchito que estaba enmontao, así se levantó y viendo todo el trabajo que restaba pensó: Naguaraaaaaa con ese rayo de sol yo no voy a estar cosechando nada… Pero cómo hago si las tripas me suenan del hambre que tengo.
     Era tanta la pereza que tenía, que al ver una piedra bien grandota y que estaba cerquita de una mata de quinchonchos se sentó en ella y arrancó dos vainitas que cuando mucho tenían seis quinchonchos  cada una y con esas dos vainitas se fue para el ranchito y montó una ollita con agua y sal y echó los quinchonchos y rascándose la cabeza dijo: Bueno, creo que alcanza para rellenar la arepa que me quedó de la mañana. Se acostó un rato en el chinchorro y del cansancio que tenía se quedó dormido, de repente se despertó y para su sorpresa cuando ve que la olla ya no le cabía más  quinchonchos; aquella cosa parecía que cada grano se había dividido en cien granos más y mi abuelo no sabía si alegrarse o asustarse al ver cosa tan  rara.
            Del susto fue a ver las matas preguntándose: Esto sí es raro porque yo siempre había cosechado y no había pasado esto. Pero de lo que no se había percatado era que de las vainitas que estaban alrededor  de las piedras eran más gruesas que las otras. Por curiosidad movió la piedra y vio que no era una piedra sino un morrocoy gigante; pero… “qué tenía ese morrocoy que hacía el quinchoncho rindiera tanto pues”, dice mi abuelo asustado.
     Detalló que la tierra allí era más amarillenta que el resto. Resulta que era orine del morrocoy. Ahhhhhhhhhhhh Con razón; el orine del morrocoy es como urea para el quinchoncho, eso es, pensó. Luego, ve otras piedritas cerca del morrocoy; pero tampoco eran piedritas; sino que eran crías del morrocoy  y eran como diez.  Ajá,  mi abuelo muy alegre dijo:
Aquí lo que tengo que hacer  es poner cada cría  en un lado de la siembra y así tengo bastante quinchoncho y hasta me queda para vender, hasta me sobra pues. Y eso hizo; el morrocoy grandote se lo llevó para su casa  y lo puso en una siembra de patilla  y las crías las dejó en el conuco con el quinchoncho; hasta montó una venta de quinchoncho y la gente le compraba sacos enteros y les rendía meses, imagínese usted. Hoy en día siguen los morrocoyes  allá, en el conuco de mi abuelo, por los lados de Cojeditos y están grandotes. Hay que ver, pues, lo que es este mundo.   

LA ENANA  
(Juan Belisario Rodríguez Peña)

Se hallaba Juan Belisario
cerca del pozo de La Enana
y lo sorprendió   una culebra
con la cabeza de  iguana
que por decirles muy poco
medía como treinta varas
y  se vio en la boca del bicho
amarillo  como auyama  
Si ese animal se alebresta
de mí lo que queda es nada
desenfundó un crucifijo
y la Oración de Santa Ana
y así del suelo brotaron
dos tallos de  mejorana 
que los tomó Belisario
volviéndolos cerbatanas
y se los metió en la garganta
como pito de membrana
que aquella culebra brava
se fue con la cara plana
escapando como pudo
por esa maña temprana
oyendo que Belisario
roncaba como caimana
de las que salen allí
en el pozo de La Enana
con colmillos como un poste
y la lengua de macana
Y por eso es aquí estoy yo
Cantando más que una rana.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San Carlos: UNELLEZ-VIPI.

Disfrute de este audio de un joropo fantástico llanero:

EL SALVAJE DE LA SIERRA
(Dionisio Garrido)

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