miércoles, 5 de abril de 2017

Juegos Tradicionales (Cuento premiado de Francisco Javier Frías Vilera)

Llaneras cojedeñas en el tradicional juego de trepar al "palo encebao"
(Archivo de Ciudad Cojedes) 


Obra galardonada en el Concurso Nacional de Cuentos Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura “Ramón Villegas Izquiel” (UNELLEZ –San Carlos, Cojedes)



Mira Francisca, esos muchachos no quieren jace caso, es que la Carmencita, la Igua, Antonio y Glade le jecanta burlarse é mí.
No en vaine, después de habé lidiao con tanto generalote, vení a tené que soportá cagones, no digo yo. Esa vaina sí es arrecha. Yo Magdalena la grande jodía despué de vieja.
Quédese quieta Doña Mauda, a fin, los muchachos no le van hacer caso, muchacho es muchacho.
Sí, pero si vienen las ánimas y los espantos, ahí sí, vienen corriendo y chorreao a que cuy, no digo yo, muchacho es muchacho hasta que se caga.
Esas eran las cosas de la abuela, sus infinitos fantasmas aún sobrevolaban su marchita memoria. Una guerra federal que no vivió a plenitud por su corta edad, más sus padres fueron víctimas de la misma y sus almas divagaron por siempre en sus adentros, dejándola marcada para siempre.
Decía, que su hermano Serapio cargaba con sus huesos en una enorme madera que no la apartaba de sí.
No quiso darles cristiana sepultura, con la creencia que le garantizaban mantener una fortuna que jamás dejó entrever que su forma de vestir y lo tacaño que era, dejaba pensar que todo fue falso. Siempre dijo que era un amuleto secreto.
Eran los tiempos de los santos y aparecidos, donde los entierros se encontraban en los traspatios de la casa, en los solares abandonados. Fueron muchos los muertos de guerra reciente que dejaron su oro enterrado, mas no existían bancos y desconfiaban de todo el mundo y nunca se supo en qué lugar. Fue ese mismo día, cuando el ocaso estaba a punto de hacer su aparición, cuando por primera vez Carmencita logró conversar con uno de ellos y a la vez se iniciaron los temores con semejante escena.
-Mira Carmencita, venite muchacha que te va salí un ánima.
-Ya voy amá, es que estoy jugando el palito mantequillero.
-Si no te vení te voy a í a buscá, mirá que está oscuro y los muertos salen pá llevase a los vivos. No juegue, que muchacha pá bruta.
- Déjela quieta Doña Mauda, cuando vea que no hay luz sale corriendo pá la casa. Esa es más miedosa déjela quieta, déjela quieta. Esa no va aprendé de otra manera.
- Gua, como la voy a dejá, será pá que Pancho se arreche conmigo por vieja y rebruta. No jile, eso sí que no. Yo soy Magdalena la Grande quien pelió con Cipriano y nunca me dejé jodé. Pá tené que guantá tripone.
Su carácter era férreo como esculpido en roca de hierro, de una dureza que superaba lo normal, más a su edad que nunca se supo si se encontraba llegando al siglo o lo había superado. Por sus venas corría la historia de cuanto Andino gobernó en este país. Supo de mártir y caudillo, según se le presentaran las circunstancias y jamás se dejó doblegar en los más difíciles momentos, cuando el hombre de La Mulera se hizo dueño de toda la geografía patria.
Esa tarde cuando todos se encontraban jugando el palito mantequillero, de repente como una exhalación, que fue notado sólo por Carmencita, una humareda salió del patio acompañado de truenos y relámpagos, se puso el ambiente radiante saliendo del humo un caballo montado por un hombre blanco de enormes bigotes y vestido de militar de la época Federal. En su boca un largo tabaco encendido y mostraba una enigmática sonrisa. Para su desgracia sólo ella lograba enterarse del asunto, sus primos seguían jugando sin notar su ausencia momentánea. Dejó aparte los nervios y se acercó para ver mejor esa escena tan extraña. Cuando el militar le habló fue que comenzó a sudar frío y le dijo:
- Quiero dejar en sus manos mi fortuna.
En una veloz huida dejó a sus primos solitarios en el patio y no volvió a salir en varias semanas.
Sus primos se burlaron y cada vez que hacían referencia a lo acontecido se encolarizaba y los dejaba solos.
Ella llegó a pensar que todo era producto de las recriminaciones de su mamabuela y para evitar tener algún problema con su hijo le infundía miedo en la oscuridad. Durante esos días evitó hablar del asunto, para no tener que aguantar la letanía, lo dejó como parte de sus fantasías, más sabía que por su edad no le creerían tal historia.
Hubo de pasar más de una semana para que aceptara jugar con sus primos en el fondo del solar. En esta ocasión decidieron jugar la semana. Ya se estaba poniendo tarde y nuevamente Doña Magdalena inició la letanía, más por precaución que por el muerto.
- Mira muchacha te vá a salí un muerto y te vá a llevá, es que queré ite con él. Gueno, si jací es la vaina que te lleve.
- Doña Mauda déjela que juegue al fin no está sola Clemencia está en la cerca.
- Sí, pero el otro mocoso no pué con su alma, va a podé cuida a jotro. Ojalá le salga un muerto, pá que deje la maña. Despue Pancho le va a pegá, eso sí lo tiene merecío por porfiá.
La vecina que se encontraba con ellos en ese día se llamaba Clemencia y tenía unos diez años viviendo en el barrio. Ya era parte de la comunidad y su hijo Nicanor nació en el pueblo. Esa tarde había salido con los muchachos en el patio. En ese tiempo las casas se dividían con troncos y alambres de púas, dejando una puerta para poder comunicarse.
Eran las seis y treinta de la tarde cuando el cielo se volvió de diáfano a turbio, una brisa helada hizo su aparición con características de lluvia. A Clemencia le pareció extraño, más que el invierno no entraría en tres meses, sin hacerle mayor caso siguió divirtiéndose con las ocurrencias de los muchachos. Como una repetición de la última vez, la humareda hizo su entrada acompañada de los truenos y la luz radiante, apareciendo al final el hombre y su blanco caballo. Igual que la última vez, sólo Carmencita logró ver el personaje, quedó petrificada y la piedra que se encontraba en sus manos rodó por el suelo. El personaje se apartó su largo tabaco y le dijo en voz de ultratumba:
- Ven, toma mi oro, es para ti.
Carmencita comenzó a sudar frío y el enigmático personaje le señaló en el suelo el lugar donde se encontraba semejante fortuna. Sin pensarlo dos veces huyó sin despedirse.
Clemencia que sí notó a la niña con sus desvanes quedó con una gran duda y le preguntó a sus primos:
-¿Qué le pasó a esa muchacha, es malcriá o está loca?
Respondiendo Antonio que era el más grande:
- No señora Clemencia, es que Carmencita es miedosa, amá le vive diciendo que le vá a salir un muerto, y cuando cae la tarde, se pone negro se asusta y sale corriendo.
- No creo ese cuento, pá mí esa muchacha vio algo, y debe sé feo pá como corrió pá la casa.
Pasaron varios días hasta que Doña Clemencia logró sacarle a Carmencita la confesión completa de lo que había pasado. Nunca se lo hubiese contado a nadie, llegó a pesar que la tildarían de loca y eso le preocupaba, mas aún no llegaba a los diez años. Clemencia que se sintió algo extraña, sobre todo por el frío repentino de la tarde , sin que el invierno le tocase venir. La llamó desde la cerca de eso de las cinco de la tarde, acababa de regresar de la escuela y aún era temprano para jugar, si es que le quedaban ganas después de semejante susto. Clemencia sin dejarla reaccionar le pregunto:
- Mirá Carmencita ¿qué te pasó el otro día?
- Gua, ná ¿Por qué?
- Muchacha a mí no me vas a engañá, tú viste algo. Pues saliste como ánima en pena y la cara se te puso blanca como un papel. A mí no me vas a engañá, decime qué fue.
- Ná Clemencia, yo no sé qué, pero pá mí, que en jese patio de allá vive un viejo y tiene un caballo grandote.
- ¿Qué es eso muchacha? ¿Qué querei decí?.
- Gueno, que cuando se jace tarde sale a dale é comé ar caballo y como es feo yo sargo corriendo.
- Explícame mejor la vaina que no entiendo.
- El señor saca er caballo blanco a comé.
- ¿Cuál caballo mijita?
- Er de é, cuar va sé. Es grandote y me llama, pero yo le tengo mieo. No vaya sé que me lleve.
- Mirá muchacha, los muertos no salen. ¿Quién te dijo esa vaina?
- Gua mi amá Mauda. Y me dijo que me vaya con é.
Clemencia que era más astuta que la pobre muchacha y que Doña Magdalena le siguió interrogando para conocer mejor que tipo de personaje interrumpía en los juegos de Carmencita y de sus primos y poder entender el frío extraño de ese día.
- Di bien qué te pasó, -Le refutó Doña Clemencia-.
- Cuando estoy jugando é sale a dale é comé ar caballo grandote y me acerqué y luego señala este montoncito de tierra.
- Gua, no igo yo, ¿Qué pue habé ahí?. Yo por eso corro no vaya jace que me quiera enterrá.
No se dijeron más palabras, ya Clemencia estaba enterada de lo que quería enterarse y no deseaba saber más.

Pasaron los años y no se habló más del asunto. Los muchachos crecieron y cambiaron los juegos de la semana y el palito mantequillero por la botella, floreció mi amor y en tiempos de San Juan con el huevo en el vaso de agua, los arfilesó agujas para ver si pegaban y cosas por el estilo. Lo único cierto es que Clemencia se largó a otro país más próspero y nunca se supo de ella. A lo mejor la fortuna estuvo de su parte.


*Texto publicado en “El Llano en Voces; Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña  y de otras latitudes”. Compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno (San Carlos: UNELLEZ. 2007)


Francisco Javier Frías Vilera (San Carlos, Cojedes, 1959). Poemarios editados; De la tierra al olvido (1980); Al desembarco de la noche (1986); Has llegado para dorar mi piel (2002); Narrativa; Crisanto (1989) y La hoguera oculta (1994). Premio Municipal de Literatura de San Carlos (1987) Es integrante fundador y Ex-Presidente de la Fundación Círculo de Arte Nuevo Tramo.

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