jueves, 15 de junio de 2017

Breves cuentos, mitos y leyendas indígenas (15)

Novia indígena en el archivo Juan José Pedroza


LEYENDA PEMÓN (Etnia Pemón)


Jóvenes pemón en el archivo de Alejandra Sánchez

Entonces en ese tiempo había una mata de cambur gigante, que antes de llegar a San Francisco de Yuruani hay un cerro que se ve hacia el Roroimo, que se llama Wandakupia´po (Wadaká-piapó-tapuy). Ese cerro tiene una forma cónica con un triángulo arriba, como si fuera la cabeza de un cuarzo. Bonito es ese cerro, antes de llegar a Yuruani, ahí está. Ese era una mata gigante de cambur que producía toda clase de frutos, de la cual se alimentaban todo los seres vivientes, incluyendo los animales.
 Pero ellos al principio no la conocían, no sabían que existía eso y se alimentaban de cualquier cosa. El que descubrió esa fuente de alimentación fue el acure. Acure lo tenía bien oculto y no se lo decía a nadie. Mientras que los demás medio comían cualquier cosa, siempre venía acure que estaba gordo. Decían ¿Bueno, de que se alimentará este acure? Un día acure, después que había comido, se echó una siesta. Estando durmiendo, roncando con la boca abierta, se le acercaron a ver y le descubrieron entre los dientes pedacitos de diversos frutos… Miren, venga a ver. Mira, aquí hay pedazos de yuca, yuca dulce, mapuey, cambur ¿dónde conseguirá esto? Vamos a espiarlo.
Cuando el acure se despertó dijo: No, eso lo consigo algunas veces por ahí. No quiso decir.
 Entonces, cuando se descuidaba ellos se iba, pero siempre en forma sigilosa.
 Nosotros observamos que el acure no baja caminando en la montaña, camina un pedazo y se voltea, como vigilando su camino por donde ha venido. Así mismo iba a comer los frutos de esa mata gigante de cambur que producía todos los alimentos. Se iba, se paraba, veía atrás a ver si alguien le seguía. Cuando ya había caminado un buen pedazo, bueno, ahí si salía corriendo, encontraba los frutos, comía… Los demás decían: No, este tiene que tener algo por ahí, vamos a seguirlo ¿Cómo hacemos? Entonces llamaron a la ardilla y le dicen: Mira, espía adonde consigue alimentos el acure – Como no. Estaban pendientes… en un descuido se fue por ahí, pero como ya la ardilla había sido avisada lo siguió.

Tomado de Pataamunaanü´nin: Nuestras Tierras son de nosotros (Etnia Pemón). Carlos Figueroa. Ediciones El Pueblo. Ciudad Bolívar. (2005)


SOBRE LA VALENTÍA (Etnía Piaroa)
Una vez una niña entró a la selva y se perdió. Se detuvo en medio del sendero y lloró. Por allá pasó un indígena con una carretilla y siguió su viaje. Caminaron juntos un largo trecho. La niña le preguntó: —¿Por dónde vamos?
—Hacia la orilla del río –respondió el indígena. —¿Qué haremos allá? –preguntó la niña. —Nos bañaremos y luego iremos a mi churuata.
El indígena preguntó: —¿Por qué te pegaron tus padres?
—Porque me porté mal. Porque la niña nunca hizo nada en la casa, no trabajó, no cocinó, no cosió, no mantuvo el orden entre sus cosas. En cambio andaba por los senderos, hasta después del crepúsculo, hasta la madrugada. —No pasas la vida en casa, sino por ahí por los caminos –le dijeron.
Le pusieron tres días de castigo, pero ya no resistió más y se fue huyendo. Allá fue donde se encontró con el indígena. Siguieron andando y primero se encontraron con una gran tortuga. Luego anduvieron otro tramo y se toparon con una culebra. La muchacha le preguntó al muchacho: —¿Te comes la carne de la tortuga y de la culebra? Porque a mí no me gusta la tortuga, tiene mal sabor.
—¡Cómo no! Opino que la tortuga tiene una carne muy sabrosa –dijo el muchacho.
—¿Y cómo son los huevos? –preguntó la muchacha.
—Redondos como una pelota. Volvamos donde la tortuga. Comámosla juntos –dijo el muchacho.
Al otro día fueron por allá, pero se encontraron con un gigantesco tigre. —¿Qué busca el tigre aquí en el sendero? –preguntó la muchacha. —El tigre no nos hace nada si le pasamos corriendo por el lado –contestó el indígena. Siguieron andando sin problemas, hasta que se encontraron con un buey tremebundo. —Eso es una bestia –dijo el piaroa.
—Mejor si vamos despacio –dijo la muchacha. Pero el muchacho tuvo miedo.
—Si vamos despacio la bestia nos apresará. Mejor si corremos, pues si el buey se encoleriza, es más cruel que el tigre.

Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos Boglár  Fundación Editorial El perro y la rana (Caracas, 2015).


LA FILA DE PIEDRAS (Etnía Piaroa)
Pitah conoce bien la historia, él se la contó a Ñemej, que fue quien se la contó a mi padre. Por aquella época vivían pocos piaroa porque los kerimine los habían matado. Los asesinos atacaron las churuatas: apresaron tres o cuatro, se los comieron y luego atacaron otras churuatas. Después los kerimine subieron a la montaña donde hoy en día se encuentran las piedras en fila, fueron para la montaña Meñerujewa y todos llevaban una piedra consigo. Su jefe le ordenó: —Todos y cada uno de nosotros tiene que llevar una piedra.
Cada uno tomó una piedra y la llevó. Hombres, mujeres, niños. Llevaron tantas piedras para la montaña, como piaroa habían asesinado, y colocaron en fila las piedras en la montaña. Desde la cima se ve hasta muy lejos. Los kerimine se pusieron a observar la selva: se fijaron en la columna de humo que iba ascendiendo, porque donde hay piaroas trabajando en las plantaciones queman las malas hierbas. Y siempre subía el humo por sobre la selva. Y como desde la montaña se podía ver hasta muy lejos, el humo les mostró el camino a los kerimine. Salieron en dirección a las churuatas y los asesinaron.
Las piedras quedaron allá. Las puedes contar. Si alguien subía, llevaba consigo una piedra. Así siempre sabían cuántos piaroa habían matado. De la alta montaña podían ver todas las churuatas, todas las plantaciones, y partían siempre por donde se alzaba la columna de humo. Si encontraban vacía una churuata, seguían avanzando, porque si en una casa atrapaban a un piaroa para comérselo, la noticia se extendía y la gente huía. Hombres, mujeres iban de casa en casa para alertar a los piaroa de lo sucedido. Si los kerimine encontraban una churuata habitada, apresaban tres, cuatro y a veces hasta cinco piaroa. Los kerimine eran muchos y los piaroa eran cada vez menos.
Los piaroa buscaban y buscaban la montaña y por fin la encontraron. Se llamaba Meñerujewa. Todos los piaroa subieron juntos la montaña. Entre cimas de montañas, en lugares bien visibles colocaron especies de puentes tejidos de lianas.
Vinieron los kerimine a la montaña. Algunos tenían cascos en la cabeza, parecidos a las cazuelas de aluminio y se alegraron mucho del puente. Los piaroa los estaban esperando arriba en la montaña. Los kerimine avanzaron, cada vez ascendían más. Ya casi habían llegado a la cima; de tan cerca que estaban, se pudieron ver los dientes rojizos de un kerimine. 
Cuando llegaron a la cercanía inmediata de la cima, se desprendió el puente tejido con tanta habilidad. Los kerimines se despeñaron en el vacío. Solamente quedó con vida una mujer embarazada. Todos los demás murieron.
Dicen que la mujer dio a luz a su hijo que ya es un adulto y de nuevo se multiplicaron los kerimine. También dicen que en el futuro harán lo mismo, al igual que sus antecesores: regresarán a la montaña.
Pero la montaña tiene también una historia anterior. Antes que los kerimine hubieran situado las piedras, Kwoimoi, la serpiente venenosa, había andado por ahí. Hay que saber que esta montaña es el centro del mundo de los piaroa. Tiene cuatro nombres, cuatro lados, cuatro partes, Iyakome se llama la montaña de enfrente y la otra Neñurekju. Dicen que fue allí donde Kwoimoi les dio nombre a los animales venenosos, y también donde les entregó el veneno, pues Kwoimoi es en sí la misma serpiente venenosa. Los animales recibieron de él sus dientes venenosos.
Pero esto ocurrió hace mucho tiempo, antes de nosotros nacer. Dicen que una vez un hombre descubrió la peligrosa madriguera de Kwoimoi, en el otro lado de la montaña. El hombre andaba de cacería, seguro que vio el veneno, esta cosa prohibida, y luego siguió tranquilamente su camino sin sospechar que no se podía contemplar el veneno. Partió para su casa cuando de pronto comenzó a llover, soplaba un viento muy fuerte, tronaba y relampagueaba. Se acercó a su churuata y en el sendero una serpiente venenosa lo mordió. Todo esto ocurrió donde Kwoimoi la serpiente venenosa, mezcló y pintó el veneno.
Dicen que al otro lado de la montaña hay todavía más pinturas rupestres que en este lado, y que el hombre que las miró se murió. Vio todo tipo de figuras pintadas, por eso lo mordió la serpiente. Pero antes de morir, hizo el cuento de lo que había en las rocas. Dijo así:—Allá están las figuras pintadas y cual guapitas tejidas se enredan las serpientes. También Kwoimoi estaba allá.
Kwoimoi preparó el veneno, pintó las figuras sobre la roca, incluso allá por donde brota agua de la montaña. Este lugar solamente puede ser visto por animales. Si el hombre lo mira, muere. Si alguien quiere morir, vaya a verlo. Pero las laderas de acá no son peligrosas. Hace mucho tiempo, sobre estas laderas soplando madyaka, cera mágica, pintaron las figuras contra la serpiente venenosa. Y la serpiente no se atreve a venir por aquí.
En aquella época los piaroa primero se imaginaron las figuras, luego cantaron en las cercanías de la montaña, por último llenaron las paredes de las rocas de pinturas. Solo después de esto se fueron a casa. El hombre que no sabía nada de esto descubrió el secreto; pero la serpiente venenosa lo mordió y el cazador se murió. Desde entonces nosotros tampoco podemos ver el secreto, porque es un lugar secreto tampoco podemos pronunciar el nombre de la montaña si aparece a nuestros ojos ni aunque estemos lejos, como por ejemplo, ahora.
Los manantiales del Verras, el caño Caracol, y el río Paria rodean la montaña, y no está lejos del curso superior del Cuoto. La montaña se llama Meñerujewa.

Tomado de: Cuentos y mitos de los piaroa. Lajos Boglár  Fundación Editorial El perro y la rana (Caracas, 2015).



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